viernes, 18 de enero de 2008

La urraca

En el desierto vivía una urraca, plumas negras, vista aguda y pico prominente. Armas letales para la caza, siempre atenta acechando a una presa, o cerrando un ojo y vigilando con el otro mientras descansaba.

La incertidumbre del futuro, que representaremos como una oscura tormenta en el horizonte de una noche estrellada y sin luna se acerca veloz y silenciosa, como la carrera del chacal ante su victima. Lagartos, escarabajos, pequeños animales incapaces de soportar la tortura de los rayos luminosos del cielo huyen a algún refugio seguro.

Pero esta vez el pequeño y escurridizo animalito no atacará para saciar su hambre, observará impávido a la urraca, observando su comportamiento, acercándose, examinándola, sintiéndola. El ave, inmóvil, no parece respirar, su única muestra de vida son unos ligeros cabeceos, espasmos fugaces que terminan en el lugar en el que empiezan. Mira la tormenta, contempla el refulgir de los truenos. El chacal se sienta a su lado a contemplar el espectáculo erguido sobre sus patas delanteras, su pezuña roza su ala, su piel sus plumas, sus auras se funden.

La tormenta llega, la incertidumbre que ayer fue del futuro es ahora del presente. El tiempo se para, el instante se hace eterno, el frío es una ilusión impermeable ajena a los sentidos de ambos seres, la brisa desaparece, cae el rayo. En un instante el ángel del futuro en el presente desciende del cielo, su resplandor irradia bondad en su violento viaje hacia la tierra, solo hay Bien, solo claridad, la más blanca claridad. Y al instante siguiente desaparece cayendo la noche cerrada.

Amanece, chacal y urraca abren los ojos poco a poco acostumbrándose a la luz del día, se miran, sonríen.

-Llevo toda la vida buscándote. Te quiero.

-Yo también a ti. Te quiero.

La mañana muestra como en el desierto dos cuerpos desnudos entrelazan sus manos, acercan sus rostros, se abrazan, se besan, su búsqueda ha terminado.

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