jueves, 24 de enero de 2008

Chof - Parte IV

Se imaginó al joven entrando a la fuerza por la ventana, aprovechando el dolor que le impedía cometer movimientos bruscos, entonces él cogería la porra y le daría un fuerte golpe en la sien, o quizá en la boca del estómago, anulando por completo su movilidad y, por tanto tomando ventaja para masacrarla, usando los diferentes utensilios que en la cocina se encontraban, desde el popular cuchillo jamonero hasta el inusual monda-patatas. Primero él cogería el cuchillo más grande que encontrase y la amenazaría con matarla si no se dejaba, pero ella era una muchacha que resiste y lucha por su integridad física, así que contraatacaría con una patada. Forcejeando en el suelo, él quedaría por encima de ella y le daría un puñetazo que la adormecería y con desenfrenada lujuria pasaría el cuchillo por su fino cuello, deslizándose lentamente por la clavícula y bajando al esternón rasgando la tela a su paso y dejando su piel al descubierto, y para acabar, en atroz acto de salvajismo el oficial le introduciría el cuchillo en el pecho y lo sacaría para ver manar la sangre…y no quedando satisfecho lo volvería a clavar en el mismo lado pero removiendo todo cuanto hubiese en el interior ulceroso de ese cuerpo sufridor. Le daría vueltas al arma plantada, resquebrajando las costillas y astillándolas, éstas a su vez se clavarían en la carne sesgada y producirían la sensación de tener en el interior de la herida un puercoespín con púas afiladas.

Muchas atrocidades le venían a la mente, pero el chico le interrumpió:

-Seguro que esta bien, señorita?

-No, por favor entre, la puerta de entrada está atrancada, pase por la ventana, se lo ruego.

-Como quiera…

El muchacho guardó la pistola, que aun mantenía apretada entre las manos apuntando al montón de carne y huesos que fue llamado Bingo un día, y se encaramó al alfeizar.

Ella mientras tanto aprovechó la concentración del policía, para coger el cuchillo que horas antes había utilizado para cortar otras cosas y se lo guardó con dificultad en la espalda, pues no era fácil esconder un cacharro de ese tamaño, con cuatro dedos de hoja y palmo y medio de largo. No se podía fiar de nadie, no en esa situación.

-Perdone, señorita Adelaida, decía que no podía abrir la puerta, quiere que vaya a echar un vistazo? A mí por fuera no me pareció tener ningún obstáculo, así que debe ser de dentro…

- Si, claro, pase delante de mí por favor, al final del salón…

El salón-comedor era una habitación grande, con las paredes lisas de un color verde manzana muy apagado, en frente suyo una gran mesa de madera labrada restaurada al parecer recientemente ya que aun despedía un ligero y a la vez intenso olor a barniz, tenia diversos utensilios de cocina encima: una batidora, una sierrecilla eléctrica de esas que usan las amas de casa para cortar los huesos del jamón o las patas de cordero y un corta-pizzas. El hecho de encontrar esos objetos en la sala de estar le extrañó, pues la cocina era bastante grande y tenia sitio para guardarlos allí. No le dio mucha importancia, porque al hacer la limpieza se suele dejar todo en cualquier sitio.

Cuando llegó a la puerta se giró hacia la derecha sorprendido por el volumen de la televisión que estaba encendida, no había reparado en el precioso sofá de intenso granate que había tras él, era de piel y había alguien sentado.

- No dijo que estaba sola en casa?

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