miércoles, 6 de febrero de 2008

Teléfono

Era de noche, fuera la lluvia caía intensa intercalada de rayos que iluminaban el cielo, el frío calaba en la oscuridad de la estancia. Sólo, sin más compañía que mis libros y un perro dormilón en el sofá de enfrente.

De forma inesperada sonó el teléfono, en la pantalla podía leerse “PRIVADO” como origen de la llamada, un dato que habría pasado por probable en horario laboral, y que sin embargo a estas horas no respondía a lógica alguna. Descolgué, Buenos días, y como me temía, nadie asistió mi saludo, ni una sola palabra o murmullo se descifraba del vacío allá a lo lejos a través del cable. Por suerte o por desgracia no era la primera vez que me enfrentaba a este tipo de llamada, de ahí mi total carencia de sorpresa, en esta ocasión estaba preparado.

Comencé con una pequeña conversación carente de sentido, entre frase y frase dejaba algunos segundos el auricular al aire para poder oír una posible respuesta, nada. Posiblemente solo fuera un pequeño error de la línea, el leve zumbido que se hacía oír al colocar en el extremo superior el control de volumen denotaba que la conexión estaba establecida, así como el contador de tiempo rodando. La conversación no había dado sus frutos, se me ocurrió jugar un poco a los espectros de teléfono, con voz ahogada un ligeramente rascada dejaba caer frases al estilo Tú hora ha llegado, Ahora es el momento, recordé aquella frase que hace muchos años hacía las delicias de los ignorantes y que en verdad tenía mucha más consistencia que unas simples palabras escritas en llamas, La muerte se cernirá sobre todo aquel que ose destruir los pilares de la verdad. El mudo interlocutor no se decidía a entablar una conversación, ni siquiera a expresar el mensaje que a buen seguro tendría intención de transmitir.

Un pequeño gesto, una ligera intención atisbé, un aumento en la frecuencia del auricular que mostraba un intento de conexión por parte de la persona, máquina o el fantasma al otro lado, no podía descartar nada. Las señales se sucedieron, algunas con más frecuencia, otras con menos, a lo largo de cinco largos minutos. Mientras yo había comenzado mi última táctica, el código Morse, tac-tac-tac tin tin tin tac-tac-tac, el mítico código de auxilio S.O.S que todo el mundo conoce, al menos no me acusarían de no intentarlo. Siguieron los intentos de contacto, hasta un punto. El punto en el que la conversación se estableció, un claro sonido humano pudo oírse, se disponía a hablar, todo estaba dispuesto, el instante se hacía eterno, después de tanto tiempo intentándolo, tantas llamadas recibidas de largas esperas sin obtener una respuesta a un sinsentido como aquel, noté mi propia pulsación en el corazón, sudor frío me recorría el rostro, abrí la boca y… Nada, el sonido se cortó, la llamada terminó dejando tras de sí un estúpido pi-pi-pi pi-pi-pi.

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