domingo, 10 de febrero de 2008

Si rompes tu vida

Si rompes tu vida tendrás que remendarla, no fui yo quien lo dijo, fue mi cerebro el que lo interpretó, lo tradujo a fonemas inteligibles y lo decidió mandar fuera de él para que calara en otras mentes, probablemente como una mariposa la idea vino volando hasta mi mente tan suavemente que con el débil aleteo no me di cuenta hasta que, después de haber entrado por mis orejas, salió despedida por la boca.

Acaricié su melena rubia lánguidamente, desganado, matemáticamente, pero con todo el cariño que siempre le demostré, volcando mi pensamiento en todas las sensaciones que venían del exterior. Apoyada sobre mí como estaba, solo alcanzaba a ver su ombligo y su vientre liso y uniforme. Nuestras ropas quedaban fuera de la cama arremolinadas en un barullo inconformista, una camiseta en la silla, un sujetador en el respaldo, lo demás en el suelo. En ese momento todo lo que era ella, todo su ser, su alma, su pensamiento quedaba reflejado en mí, pegado a mi piel, como un montón de corcho cargado de estática en los entresijos de las manos. Era el mejor comienzo y el mejor final para algo que nunca empezó ni terminaría. Para algo que nunca existió. El tacto frío e inerte del metal me sacó del ensimismamiento, la besé, le susurré al oído:

-Buenos días luna.

-Buenos días sol.

-No es lo mismo.

-Shhh. Te quiero. -me besó.

-Ya no podré tocar tu cuerpo como antes.

-Es mejor que estar muertos.

-Ya estamos muertos.

-No lo estamos.

-…no lo estamos…

Nos abrazamos. Ambos sabíamos que ya nunca sería igual. Seguí acariciándole durante una eternidad.

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