El principio fundamental de toda propaganda era la repetición de “argumentos eficaces”; pero estos argumentos no debían ser demasiado refinados, habida cuenta que no se pretendía convencer a los intelectuales. De hecho, los intelectuales nunca hubieran sido convertidos y de cualquier modo acaban aceptando al más fuerte; “hay que dirigirse por tanto al hombre de la calle”. Por consiguiente, los argumentos han de ser toscos, claros y vigorosos, apelar a los instintos y emociones, no al intelecto. La verdad no importa en absoluto y está totalmente subordinada a la táctica y la psicología, pero las mentiras convenientes… siempre deben resultar creíbles. De acuerdo con estas directrices generales, se darán instrucciones precisas. El odio y el desprecio deben dirigirse a individuos concretos…
Goebbles.
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