lunes, 7 de abril de 2008

Verdadero Quijote

Capté después de muchos años que ser fanático de la ciencia ficción me estaba convirtiendo en un verdadero Quijote, deseaba cabalgar las tierras en busca de aventuras y hazañas que consumar en mil y un lugares. Veía a mi alrededor la rutina del día a día y me parecía poco excitante, tan absurda y decadente como pasiva. Necesitaba un poco de acción.

Comencé a tergiversar mi propia realidad, le ponía un filtro u otro dependiendo de la historia en la que quería meterme. Por el día disminuía la saturación, así todo parecía más gris y decadente aún, pero por la noche la saturación subía a límites insospechados de imaginación, así como el contraste, con lo que las luces y sombras cobraban la intensidad del neón en los bares de mafiosos y maleantes se escondían en la oscuridad acechando a sus presas.

Mi gabardina gris de algodón alcanzó el equilibrio de color en el negro, fusionada con una textura de cuero sintético que la hacía resistente a los peores navajazos. El sombrero tapó mi rostro de tres niveles de posterización. Allá donde iba aparecían cadáveres solarizados en los callejones solitarios, sus venas resplandecientes me decían qué tipos de drogas los había matado si no era un charco de sangre carmesí alrededor suyo su delator.

Aquí y allá se mezclaban los canales rojo y azul, o se formaban verdes chillones y escarlatas diamantinos y fugaces. Los tiempos bajos de exposición de los vehículos motorizados dejaban estelas de luz de curvas imposibles suspendidas en el aire de la noche helada, contaminada de rascacielos y corporaciones manipuladoras.

Desperté de mi ensoñación justo a tiempo, el tranvía llegaba a su parada. Más rutina. Me metí en una calle de chabolas viejas.

Me estaban esperando, eran cuatro. En un abrir de ojos el más pequeño, probablemente el jefe de la banda, se adelantó blandiendo una navaja oxidada. Bajo mi chaqueta podía sentir el traqueteo de mi P99 a cada paso, la saqué y disparé sin dar tiempo a pensar al pobre muchacho, descargué mi cargador contra su cráneo y su pecho. Los demás gamberros niñatos hijos de papá se sobresaltaron, uno de ellos intentó escapar, solté el cargador al tiempo que, con la mano libre, recogía y reponía uno nuevo. Comencé a disparar al escurridizo enano mientras los otros dos se acercaban a mí con machetes en sus manos infantiles, una vez abatido terminé el segundo cargador en el pecho de ambos. Guardé mi arma y me di vuelta.

En las historias de ciencia ficción el protagonista corría peligros en mundos hostiles, sin embargo la rutina era poco más que un ejercicio de continuo ensayo en distintos escenarios, donde matar a un delincuente era cuestión de apuntar y apretar un gatillo. Volví a enfrascarme en un mundo fantástico con mi gabardina negra de cuero y enfilé mis pasos hacia el tranvía, imaginando que una espada de acero templado guardaba mis espaldas y un duelo podía acontecer en cada esquina. Me estaba convirtiendo en un verdadero Quijote.

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