domingo, 9 de marzo de 2008

Ojos azules

Comprendería tarde o temprano que su lugar había desaparecido en aquel país de guerra, destrucción y miseria, era cuestión de tiempo. Ataría cabos, uno a uno, entrelazándolos en la serie de deducciones lógicas que lo llevarían a la conclusión definitiva. Tendría que marchar.
En cuanto ello pasara tomaría la decisión acertada, comprendería que alguien algún día le había dicho la verdad respecto a su destino, pero que ella no lo había querido aceptar en su momento, abandonándose a la convicción y la dicha del cordero sacrificado. Nadie le culparía de haber sufrido un infierno tortuoso cuando le injertaron células sintéticas nanoprogramadas, tampoco se apiadarían. Durante un tiempo nadie pudo siquiera reconocer que la niña de sonrosados mofletes y pelo rubio lacio era la misma que descansaba roja e hinchada, como un tomate modificado por ingeniería genética, drogada hasta la ceguera absoluta y permamente para resistir el dolor de un cuerpo corroído y podrido por tecnología pionera. Muerta en vida, con un cerebro reestructurado completamente, en verdad ya no era ella.
La situación de aquella criaturita de Dios era algo que a los científicos y coordinadores del experimento preocupaba poco, la tilde estaba en otra "o", la de los resultados de la palabra investigación. Además, ella había aceptado voluntariamente someterse al estudio. Pudieron salir airosos y sin carga de conciencia por un trato acordado mutuamente, y sin engaños, solo con sutilezas y medias verdades.
También era cierto que aquel acto científico no tendría mucho futuro, y menos aplicación posible ahora que la guerra se cebaba en aquel país y toda la información de progreso no beneficiaria para la defensa nacional era borrada con tal de evitar que cayera en manos enemigas. Tampoco importaba, ya ni el interés científico tenía sentido para un grupo de científicos desencantados y ansiosos de encontrar ocio y evasiones. Demasiado demacrados para el sexo virulento, demasiado viejos y mal preparados para la guerra que se desarrollaba, demasiado jóvenes para morir. Cansados de todo.
Le abrieron una pequeña y metálica puerta trasera y salió por pura inercia, ciega, perdida y repudiada. Muerta en vida. Cerraron de un portazo para no volver a saber más de ella, a sabiendas de que nadie más conocería su paradero ni intentaría ayudarla en caso de encontrarla. Qué importaba, eran demasiados años de avance derrochados sin sentido, todo importaba una mierda. Volvieron a hacer llamadas al azar a la población, otra niña ganaría un concurso.
Un campesino encontró a la niña, ya muerta, con toda la piel arrancada a bocados y arañazos, todo su interior había ido consumiéndose lentamente en un tono verdeazulado radiactivo, todo su pelo yacía alrededor de ella, su mandíbula estaba desfigurada, tanto como el resto de articulaciones, su cráneo hundido podía verse fusionado con el cerebro en un charco de sangre grisácea coagulada.
El campesino recordó una frase de Voltaire y la citó quedamente, La civilización no suprime la barbarie, la perfecciona.
No quedo mucho de esa niña. Solo unos preciosos ojos azules, tan intensos y claros como el azul del mar, inocentes y a la vez seductores, unos ojos sonrientes y expresivos hasta el final.

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