viernes, 28 de diciembre de 2007

Negocio

-Yo antes era rico. – comentaba mientras clavaba mis pupilas en las pupilas de todos los presentes uno a uno, todas las miradas titilaban ante la hoguera.- Fue hace mucho tiempo.

-Nunca nos lo habías contado, - quien hablaba era uno de los mendigos que más tiempo llevaban por la zona, se cuentan muchas historias de él, en aquel momento parecía uno más con sus guantes raídos azul oscuro y los parches mal cosidos en los pantalones de algodón. Constantemente se frotaba las manos ante el fuego, tenía una mirada afable y bonachona. – ¿Por qué no nos lo cuentas?

-Sí, vamos, ¿que pasó?

-No fui rico durante mucho tiempo, tal vez disfrute unos meses, no le doy importancia.

-Vamos, cuenta, cuenta.- tenían ganas de escuchar una historia interesante, siempre eran recibidas con deleite las historias de dinero.

-Está bien. – sonreí, me atusé el abrigo como pude para resguardarme del viento helado y comencé.

Hace muchos, cuando era joven y aún vivía con mis padres comencé la carrera de empresariales, tal como mi padre la estudió en su momento. No era lo que más anhelaba en la vida, pero era consciente de que los negocios realizados en la adolescencia se me habían dado siempre muy bien. Esta carrera me permitiría obtener más dinero, montañas de dinero, mi sueño.

Pasó el tiempo y cada vez me di más cuenta de que todo lo aprendido servía para mantener pequeñas empresas y negocios estúpidos. Una vez terminada monté mi primera empresa pidiendo un préstamo a mi padre. Nunca me había llevado bien con él, pero servía para soltar pasta en el momento preciso.

Registré mi primera empresa un 18 de marzo de no sé que año, hacía poco que me había sacado la carrera y tenía ganas de sacar dinero. El negocio consistía en electrodomésticos americanos, que vendía casa por casa, no tuvo mucho éxito.

Como no veía margen de beneficio y requería mucho tiempo decidí darle un toque pintoresco. Alquilé un local con el dinero de mi padre, por aquel entonces comenzaba a notársele senil y cada vez me costaba más sacarle lo que quería, puse un gran cartel, la publicidad cuenta mucho a la hora de vender. El panfleto rezaba “Si considera que hay otra mejor le devolvemos el doble del dinero.” Se refería a las planchas de último modelo fabricadas en Estados Unidos a principios de la Segunda Guerra Mundial que importaba.

El negocio empezó a marchar en seguida, en pocas semanas conseguí más del cuádruple de ventas que antes, en menos de dos meses había rentabilizado con creces todo el gasto realizado por mi padre, por suerte él murió antes de poder pedírmelo de vuelta, perdí un día entero de trabajo por ir a su funeral. Al tercer mes ya tenía más de lo que en su momento pensé que tendría.

Un día, recuerdo que llovía y yo me encontraba dentro contando la recaudación del día, vino un hombre bajo con gabardina y sombrero gris. Entró en la planta baja con la persiana a medio cerrar, me hizo señas para que fuera y se acercó un poco más, se quitó el sombrero dando a relucir su calva ante la poca luz que entraba de la farola de fuera.

-Disculpe, según el cartel, si yo le muestro una plancha mejor que la que usted vende, curiosamente mi mujer dice que… - Tenía que actuar con astucia.

- ¿Hace usted siempre lo que le ordena su mujer? – Eso debería mermarle

-No me cambie de tema. Lo que quiero decirle es que…

-Hablemos de hombre a hombre, usted… -No sirvió, nueva táctica.

-Eso mismo es lo que quiero hacer yo con usted, déjeme hablar. –Empezaba a irritarse.

-Muy bien, muy bien.

-El caso es que mi mujer dice… calle un momento… mi mujer dice que la nueva Braun modelo dos es mejor que la suya y he venido a recoger el importe de ésta, tal y como indica en el cartel.

-No es posible.

-Por qué? Ahí lo expone bien claro. “Si encuen….”

-Sé lo que dice.

-¿Y bien? –Parecía tenso

-No es posible.

-Y ¿por qué? – El hombre comenzaba a irritarse de veras.

-Simplemente no es posible.

-¡O me da una buena razón para ello o le pondré una denuncia por estafa! – De repente se le hinchó una vena en la frente. Agarraba su gorro y lo estrujaba una y otra vez.


-No es posible, y no puede denunciarme. Usted firmó una cláusula con la factura en la que queda explícitamente detallado que no considera esa frase salvo como pura publicidad.

-¡Eso sí que no es posible, usted es un estafador! – Se enfadó, movía los pies sin parar y refunfuñaba, no quería llegar a las manos pero le faltaba poco. No tenía miedo, le sacaba a ese viejo calvo tres cabezas y por aquel entonces estaba acostumbrado al esfuerzo físico, se llevaría él dos capones antes de que pudiera siquiera rozarme.


-El problema lo tiene usted, la frase es un recurso publicitario. –Esa frase fue el detonante.


-¡Usted es un usurero! ¡Vendería un coche y al recibir el dinero diría que es un recurso publicitario! -Lanzó violentamente el sombrero al suelo, lo aplastó de un pisotón y rojo como un tomate se fue sin decir más. Seguramente me iría a poner una denuncia al día siguiente, estaba resguardado ante eso. Pero lo importante es que me había dado una gran idea.

Al día siguiente fui a registrar una nueva empresa.

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